Escucharla cantar es una verdadera delicia. El efecto de Queralt Lahoz es inmediato, una vez te metes de lleno en su particular universo sonoro, que hace tanto honor a las raíces, a honrar al lugar del que vienes y a las personas que te han hecho ser quien eres. Mágica, especial y única, el pasado jueves 21 de marzo hizo vibrar a todas las que estuvimos en la Sala Paral·lel 62 de Barcelona. El marco era increíble, ¿cómo no nos íbamos a emocionar estando en el Festival Mil·leni?, ¿cómo no íbamos a levitar si estábamos en un precioso concierto acústico, con la voz de la artista de Santa Coloma de Gramanet y el arte de Daniel Felices a la guitarra? Sin duda alguna, no hubo una noche más irrepetible que aquella en la que «Alto Cielo» adquirió una nueva dimensión.
De principio a fin, se notó ese calorcito que te encoge el alma y el corazón. Ese calorcito de, por fin, «ser profeta en tu tierra», sintiendo orgullo de quién eres y de dónde vienes. Y es que, ciertamente, creemos que la música es la mejor manera de rendir honor a tu tierra y a tu familia. De resignificar todos aquellos términos que, en alguna ocasión, han utilizado como improperio. Como el hecho de ser charnega, algo que la propia Queralt reinvindicó hasta la saciedad durante las dos horas que duró el espectáculo, no sólo alzando la voz y comentándolo claramente, también hablando en sus dos lenguas maternas. Sin duda, una forma de ser y de sentir, que se refleja en todas y cada una de sus canciones. Una personalidad que atrapa y magnetiza, que atrapa y enamora.
Una noche que pasará a la historia y que continuaremos repitiendo en bucle hasta la saciedad. Una noche que nos llenó de orgullo el corazón, al ver a una Queralt Lahoz tan entregada, sincera y agradecida. Sintiendo que todo el público estaba allí por y para ella. Sabiendo que estaba en casa y gritando a los cuatro vientos lo feliz que estaba de su hogar, de su gente. Tanto, que no faltaron himnos como «No me salves», «El alijo», «Tan rico», «Aurora», «Me gusta» o «Línea 18», entre infinidad de títulos más. Ni reinterpretaciones como «María la Portuguesa» o «María la Molinera». Una noche a la que, ojalá, pudiéramos volver una y otra vez.