Hay canciones que te llegan directas al alma desde bien pequeña. Hay canciones que te persiguen de por vida, independientemente del tiempo que lleves sin escucharlas. Hay canciones que te evocan a personas. Personas que, de una manera u otra, son importantes. Con esa sensación, llegué el pasado viernes 6 de julio al concierto de Corinne Bailey Rae. Un espectáculo, enmarcado dentro del circuito Noches del Botánico.
Jamás me hubiera imaginado poder asistir y menos acreditada. Aunque la emoción por ver a Corinne era más que latente, llegué justo a tiempo para ver algunos de los temas de la tesonera, que bien podría haber sido también cabeza de cartel. Era Rhonda Ross, la hija de la reconocida Diana Ross. Aunque la saga Ross prevalece, tanto madre como hija, tienen méritos más que merecidos.
Hay canciones que te llegan directas al alma desde bien pequeña. Hay canciones que te persiguen de por vida, independientemente del tiempo que lleves sin escucharlas. Hay canciones que te evocan a personas. Personas que, de una manera u otra, son importantes. Con esa sensación, salí del concierto. Y con mucho, mucho agradecimiento.